Thursday, November 6, 2014

Testimonio del Padre Jordi Rivero



Era yo un joven estudiante de ingeniería cuando mi madre me invitó a un grupo de oración. La primera visita fue una gran sorpresa. Los cantos de alabanza, el gozo, los brazos elevados hacia el cielo y el entusiasmo por la Palabra de Dios. Era evidente que aquellas personas creían en un Dios vivo que se manifestaba entre ellos. Se oraba por los enfermos, con frecuencia se cantaba y rezaba en unas lenguas extrañas según el don de lenguas. 

Algunas personas dieron sus testimonios de curación o de favores recibidos. Otra experiencia nueva para mi fue escuchar palabras dichas en nombre de Dios: “Hijos míos les amo”, “Hijos míos quiero un pueblo fiel y obediente”. Sabía que eran mensajes bíblicos, pero todos los escuchaban concientes que son mensajes dirigidos a nosotros ahora y le daban gracias a Dios.

Pregunté si eran católicos y sonriendo me dijeron “¡claro!”. Yo no estaba muy convencido hasta que me demostraron que ese mismo año (1975) habían celebrado una gran conferencia en Roma y el Papa les había concedido celebrar la Santa Misa en el altar mayor de San Pedro presidida por el Cardenal Suenens.  



Aquella experiencia de Dios y de hermandad me atrajo y seguí participando semanalmente, como quien descubre un mundo nuevo. 

Mi experiencia con la renovación fue siempre católica. En ella creció mi amor a la Iglesia, María Santísima y al Papa.

Un día el líder del grupo nos invitó a un seminario de la vida en el Espíritu Santo para prepararnos a recibir el bautismo del Espíritu Santo.  Nos explicaron que no se trata de un nuevo bautismo sacramental sino de una apertura del corazón para que las gracias de aquel bautismo se aviven en nosotros. Fui con gusto pero no podía yo imaginarme las consecuencias que tendría para mi vida. 

Antes del Bautismo en el Espíritu me confesé y cada día le pedía al Señor que me llenara de su Espíritu Santo. El día del bautismo en el Espíritu nos hablaron de Pentecostés y nos animaron a abrir el corazón a su venida. Yo hice la renuncia a Satanás y renové mi fe en el Credo. Puse mi vida en manos de Jesús. FIAT. Le pedí a La Virgen que me ayudara a entregarme como ella, en ella, que se hiciera en mi la voluntad de Dios. “Haz lo que quieras”. Recuerdo cuando me arrodillé ante el Padre Doyle y el oró sobre mí. Todos estaban alabando en lenguas. En ese momento experimente al Espíritu en mi corazón revelándome a Jesús: su amor por mi, su majestad y su humildad. ¿como explicar?  Pablo lo dice bien: “juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” Filipenses 3,8.  

Arrobado en esa experiencia sentí la certeza de que Jesús me llamaba al sacerdocio y así lo dije. Antes lo había pensado pero le ponía resistencia, pero esta se desvaneció y quedó una convicción profunda.

Al día siguiente me sentí triste ante la vocación al sacerdocio. Otra vez me parecía que sería incapaz de tanta renuncia. Pensé que quizás fue una decisión demasiado emotiva por la experiencia. Fui a un sacerdote y me dijo lo mismo, aconsejándome terminar la carrera y entonces ver si seguía la vocación. Pero esa noche al orar recibí paz sobre la vocación y me di cuenta que esperar a terminar la carrera sería un error en mi caso. Recibí el pasaje «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.» Lucas 9,62. En ese momento salí al jardín de casa y vi una paloma blanca que se posaba sobre la rama del roble.  

La paloma estuvo en el jardín, casi siempre en la rama por una semana. Fue para mi una señal de confirmación que me llenó de gozo. Era el año 1976. Puedo decir que desde entonces jamás he tenido ni la mas pequeña duda de que Jesús me llamó al sacerdocio. Fui ordenado el 15 de mayo de 1982. Quiero expresar mi profunda felicidad y agradecimiento a Dios por haber llamado a este indigno siervo a ser su sacerdote para siempre.

Desde que experimenté la gracia de la Renovación Carismática la he vivido y compartido. El Espíritu Santo no ha dejado de ser un fuego en mi corazón que me mueve a estar conciente de su amor y desear corresponderle.  Estoy profundamente agradecido al Señor.

Padre Jordi Rivero

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