Tuesday, April 1, 2014

BIOGRAFÍA DE LA VENERABLE ANA DE SAN AGUSTÍN



En Valladolid y a once días del mes de diciembre del año 1555, nació nuestra Venerable Ana de San Agustín. Después de una niñez, pasada en la adquisición y práctica de sólidas virtudes cristianas que el Niño Jesús, de cuyas apariciones frecuentemente gozaba, iba sembrando en el corazón de su amada Esposa, el mismo Divino Niño la llamó a la Orden de su Madre con estas palabras: Esta ha de ser tu vocación.

Algún tiempo tardó la Venerable en llevar a feliz término el llamamiento del cielo; y aun llegaron a enfriarse sus grandes fervores, hasta que, un Domingo de Ramos, mientras asistía a los divinos oficios, vio que una imagen de Cristo fijaba en ella los ojos, al mismo tiempo que le decía: Todos me dejáis; palabras que del todo le trocaron el corazón y convirtieron sus ojos en dos fuentes de lágrimas.


Fidelísima a la gracia de Dios, abandonó el mundo, ingresando en el Convento de Carmelitas Descalzas de Malagón, donde vistió el hábito de la Descalcez el 3 de Mayo de 1577, a los veintiuno de edad, profesando el 4 de mayo del siguiente año.

En este nuevo estado subieron de punto y adquirieron nuevos realces sus virtudes. Designada por Dios para compañera de Santa Teresa en la fundación de Villanueva de la Jara, partieron con otras religiosas para dicha villa, a donde llegaron el 21 de febrero de 1580. Aquí fue donde, como en campo anchuroso y vastísimo, extendiéronse más y más las heroicas virtudes que atesoraba aquel virginal corazón. Todas las virtudes, carismas y dones celestiales parece porfiaban entre sí por adueñarse y campear en su seráfico pecho; razón por la cual se hace muy difícil el resaltar sobrepujanzas donde todos eran admirables y aventajadísimos. No obstante, resplandecen muy particularmente en la Venerable una fe muy vivísima y confiada y un amor intensísimo y abrasador de Dios y del prójimo. Bastará recordar, por lo que atañe a la primera, aquellas palabras suyas que, preguntada cómo se portaba con Dios para obligarle a que le concediese cuanto le pedía, respondió: Teniendo mucha fe. Yo no me canso con su Majestad en pedirle muchas veces una misma cosa, porque desde la primera súplica echo toda la fe, y con eso se negocia presto.

En cuanto a la segunda, valga por todo encarecimiento, traer a la memoria de aquel hecho, ocurrido cierta noche de una Semana Santa, cuando, al encontrar la Venerable en su celda y viendo en un rincón de ella a Cristo, muy llagado y pesaroso, le preguntó, con estilo y ternura que únicamente los santos pueden usar y sentir: ¡Señor! ¿Cómo estáis aquí de esta manera? A lo cual le respondió Jesucristo: Mira cómo me tratan los hombres: aquí vengo a descansar contigo.

En este continuado ejercicio de todas las virtudes transcurrieron los muchos años de su vida religiosa, regalada de Dios con dones del cielo, admirada de los ángeles, reverenciada de propios y extraños y aclamada del pueblo como santa, hasta que llegó la hora de su preciosa muerte, acaecida el 11 de diciembre de 1624.

Incoado el proceso de su beatificación, interrumpido por las aciagas vicisitudes de los tiempos, fueron declaradas heroicas sus virtudes por la Santidad de Pío VI el 15 de diciembre de 1776.

El cuerpo de la Venerable Madre Ana de San Agustín yace INCORRUPTO en la iglesia del Convento.

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