Sunday, May 29, 2011

SANACION INTERIOR DEL MIEDO.

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Mons. Uribe Jaramillo.

"Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz sea con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, Yo también os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos".

Señor Jesús, quiero proclamar tu Señorío, quiero glorificarte porque eres nuestra paz, quiero bendecirte porque Tú eres el único que regalas la paz verdadera. Gracias por la paz que diste a tus discípulos el día de tu Resurrección, gracias Señor porque en tu bondad quisiste quitar el miedo que había en ellos. "No temáis, les dijiste, la paz sea con vosotros". Apiádate, Señor, de nosotros también ahora. Tenemos miedo, Tú lo sabes, mucho miedo, Señor. Destruye con tu paz, con tu amor, con tu serenidad, el miedo que nos domina, el miedo que nos tiene enfermos, Señor. Tú eres nuestro Salvador, Jesús, sálvanos del miedo, inúndanos de paz, concédenos la plenitud de tu Espíritu para que experimentemos el gozo verdadero. Gracias, Señor.

Estamos viviendo la hora maravillosa de la Renovación espiritual carismática, estamos frente a la gran novedad para nosotros, como obra del Espíritu, que es el amor paternal de Dios, "Padre de misericordias y Dios de todo consuelo", que nos llena de alegría en medio de nuestras tribulaciones. Estamos descubriendo por obra del Espíritu la gran novedad que es Cristo, " el mismo ayer, hoy y por los siglos", como nos dice la epístola a los Hebreos. Y estamos descubriendo la gran novedad que es el Espíritu Santo, cuyo amor y cuya acción estamos experimentando en nuestras vidas. Gracias al Señor por este beneficio.

Si algo es seguro como doctrina es la referente a la Renovación espiritual carismática. La Renovación nos permite creer que lo que hizo el Señor por su Espíritu el día de Pentecostés lo hace también ahora en la Iglesia, ella está viviendo actualmente su nuevo Pentecostés. Lo que necesitamos hacer ahora es preparar nuestras vidas para esa invasión del amor y de la bondad del Espíritu del Señor. No se trata de adquirir doctrina únicamente, se trata de algo más importante, experimentar en nosotros la acción amorosa del Señor, la curación que Él quiere hacer de nuestros cuerpos y especialmente de nuestros corazones que están enfermos.

Cuando la gente que ha presenciado el prodigio de Pentecostés, dice con el corazón compungido a Pedro ya los demás apóstoles: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. La promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro".

El Señor es el Emmanuel ("Dios con nosotros"), Él nos busca siempre, pero quiero que nosotros salgamos también a su encuentro. Esto es lo que Él nos dice por su apóstol: "Convertíos, volveos hacia Mí, dejad vuestros malos caminos, abrazad el bien". La palabra "metanoia" que significa "conversión" quiere decir "caminar hacia adelante, buscar a Jesús", por eso la conversión es necesaria para nosotros constantemente. Con frecuencia las criaturas nos alejan del Señor y necesitamos volvernos hacia Él, convertirnos, Es decir, necesitamos conocer con la luz del Espíritu nuestra realidad de pecadores, sentirnos manchados como en verdad lo estamos, para acercarnos con fe a Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y decirle: "Lávame más, Señor, límpiame de todo pecado, lávame con tu Sangre sacerdotal. Borra, destruye todas mis culpas",

Una de las gracias que debemos pedir con frecuencia es la de sentir nuestra realidad de pecadores, la de sentirnos manchados para acercarnos con confianza a nuestro Padre y decirle: "He pecado contra el cielo y contra Ti", para acercarnos con confianza a Jesús nuestro Salvador, para pedir que su Sangre limpie todas nuestras miserias.

Pero la Renovación nos está mostrando una cosa muy importante: no basta recibir el perdón de los pecados para disfrutar de la experiencia amorosa de Dios, necesitamos algo más: la curación interior, la sanación del corazón enfermo, para que éste pueda experimentar la efusión del amor del Señor. Además del perdón de los pecados necesitamos la sanación interior, una curación interior que solamente puede realizar en nosotros el amor de Dios, que sólo puede efectuar en nosotros la paz de Cristo.

Encontramos a personas que después de grandes esfuerzos por disfrutar del amor del Señor, continúan en una sequedad tremenda. Ellos a veces se preocupan y piensan: Todo esto se debe a falta de generosidad, a falta de arrepentimiento del pecado, por no haberle dado al Señor lo que me pide. Muchas veces la causa es muy distinta. Se trata de personas que están bloqueadas por el miedo y por el odio. Los canales, podríamos decir, que llevan el amor del Señor están bloqueados por el pavor, por los recuerdos dolorosos, por la falta de perdón interior.

Este miedo y este odio impiden que llegue a ellos el río del Espíritu, que llegue a ellos el raudal de la paz. El plan del Señor es darnos su paz en plenitud: "Haré descender sobre ella como ríos la paz", son sus palabras a través de Isaías. Él nos habla también de su Espíritu en forma de "ríos de agua viva" que deben inundarnos, que deben llenarnos de frescura, que deben llenarnos de pureza y de fecundidad. Él quiere darlo todo a torrentes. Hablando de su Espíritu ha dicho: "Lo derramaré sobre toda carne", pero Él también añade: "Abre tu boca y Yo la llenaré".

Depende mucho también de nuestra capacidad de recibir, depende también mucho de nuestra situación personal. El Señor quiere darnos en plenitud, pero también tiene en cuenta nuestras limitaciones. Y son el odio y son el miedo los que limitan en gran parte la comunicación del amor, de la paz, de la suavidad del Señor. Por eso, la experiencia del Señor en nosotros es, a veces, muy tenue; a veces, podríamos decir "imperceptible".

El relato del Evangelio de San Juan que oímos hace poco nos demuestra cómo el Señor, antes de dar su Espíritu, destruye el miedo que se ha apoderado de los apóstoles. "No temáis, les dice, no temáis", les dice dos veces. Y solamente cuando ha efectuado esta curación interior del miedo, les dice: "Recibid el Espíritu Santo". Es que únicamente en ese instante están preparados, después de recibir la curación interior, para recibir el don del Espíritu.

Es preciso antes que todo, que nos convenzamos de la necesidad que tenemos de curación interior. Este es el primer paso. Para esto se requiere conocer un poco la realidad de nuestro mundo interior enfermo. Hoy afortunadamente contamos con el rico aporte de la psicología. Los psicólogos nos hablan ahora lo que ellos llaman "los cuatro principales demonios que nos atormentan". Son ellos: el miedo, el odio, el complejo de inferioridad y el complejo de culpa. Claro, que nuestros problemas no se limitan a estos cuatro, pero estos son los principales.

La experiencia me demuestra que tal vez el peor de todos esos "demonios", empleando el término psicológico, es el del MIEDO. Cuando el niño nace, teme solamente dos cosas: una caída y los ruidos fuertes. En ese momento no conoce todavía los peligros y por eso sus temores son muy limitados, pero pronto empiezan a acumularse en él los miedos por todo lo que va sufriendo y por los peligros que va descubriendo. Si efectuásemos un test entre las distintas personas que nos acompañan, encontraríamos cómo en cada una de ellas se ha acumulado una serie verdaderamente grande de miedos. Hallaríamos miedos tan infantiles, llamémoslos así, como el que tienen por ejemplo muchas mujeres a los ratones, y en los hombres encontraríamos otros por el estilo. Lo que sucede es que, porque se trata precisamente de miedos que delatan nuestro infantilismo, generalmente los ocultamos o, por lo menos, procuramos ocultarlos. El hecho indiscutible es que todos hemos acumulado miedo y que todos estamos enfermos de miedo.

Pero, tal vez, no hemos caído en la cuenta de que quizá muchos de nosotros hemos acumulado miedo al Señor. ¿Por qué tanta dificultad para entregarnos totalmente a Cristo? ¿Por qué, eso que podríamos llamar "pavor", para hacerle nuestra entrega total? Seguramente porque, en el fondo, tememos que Él nos va a pedir mucho, que nos va a exigir esto o aquello, que nos va a pedir "algo" a lo cual nos sentimos íntimamente apegados, porque en realidad va a exigir de nosotros la inmolación de los que, en realidad, son nuestros ídolos. Y esto es demasiado costoso. Toda entrega amorosa es exigente, toda entrega amorosa entraña un riesgo. En lo humano, hay que inmolar muchas cosas cuando se realiza la unión matrimonial, hay que renunciar a muchos gustos personales para disfrutar del beneficio de esta unión santificada por el Señor. En lo espiritual sucede lo mismo, la entrega amorosa al Señor exige la inmolación de los ídolos, pero debemos tener seguridad de que Aquel a quien nos entregamos es el Señor, es el fiel, es el infinitamente bueno, el que nunca ni cansa ni se cansa, el que no va a traicionarnos. Solamente cuando hablamos de Cristo podemos exclamar: "Sé a quien he creído, sé en quien he confiado", esto no podemos decirlo de ninguna de las criaturas, solamente podemos afirmarlo del Señor Jesús. Pero Cristo es el Señor y, por lo mismo, puede disponer de nosotros y de lo nuestro como lo desee, como quiera.

Esto es lo que nos causa pavor, lo que nos produce miedo, el reconocimiento del Señorío del Señor, nos pone frente a nuestra realidad, a nuestra realidad de siervos, a nuestras limitaciones, a la obligación que tenemos de "amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas", al deber que tenemos de demostrar prácticamente el Señorío del Señor con la destrucción de los ídolos que se oponen a su gloria. La entrega amorosa que hacemos al Señor nos pone en posesión de Cristo, en posesión de su Espíritu, en posesión de sus riquezas. Por eso merece bien la pena sacrificar todo lo que Él nos pida para lograr esta bendición.

Tengamos muy presente que entrar en la Renovación Carismática no es entrar en un camino fácil, como tal vez algunos lo imaginan. Entrar en la Renovación Carismática es entrar en el camino del renunciamiento, del don total, de la generosidad constante para, a su vez, disfrutar de la manifestación también continua del amor del Señor .

Recordemos que, como nos dice el evangelista S. Lucas, después de que Cristo recibe en el Jordán la Unción del Espíritu, de su poder, es conducido por este mismo Espíritu hacia el desierto para allí ser tentado por el demonio. Al Jordán le sigue el desierto con sus privaciones y sus tentaciones, pero Cristo triunfa allí porque tiene el poder del Espíritu, por eso al final el demonio se aleja de Él y los ángeles se acercan para servirle. Entregarse a Cristo es entregarse a un futuro desconocido, pero a un futuro que está en sus manos, en sus manos amorosísimas. No sabemos lo que Él va a disponer para nosotros y en nosotros, pero tenemos la seguridad de que es el Señor y que es el Amor y que es la Fidelidad. Pero, a pesar de ese concepto que tenemos del Señor, como no sabemos qué nos va a quitar, a donde nos va a conducir, qué va a ser de nosotros, de qué va a privarnos, nos causa miedo. Yo soy el primero en experimentar este miedo, es muy difícil superarlo, solamente cuando poseamos la plenitud del Espíritu, cuando recibamos la fuerza del Espíritu, entonces desecharemos este miedo que tanto nos perjudica y que desafortunadamente impide muchas veces la entrega generosa, alegre y sobre todo total al Señor.

Solamente cuando logremos, con la gracia del Espíritu, dominar este miedo a Jesús nos entregaremos totalmente a Él y Él se entregará también a nosotros. Solamente entonces le abriremos la puerta de nuestro corazón y Él entrará. En el Apocalipsis nos ha dicho: "He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre, entraré, cenaré con él y él conmigo", pero solamente abriremos la puerta a Cristo cuando perdamos el miedo al Señor.

Por eso, lo primero que tenemos que hacer es ORAR, para que desaparezca de nosotros ese miedo al Señorío de Cristo. Es preciso orar mucho por esta intención. Si algunos han superado ya esta etapa, si algunos pueden afirmar que no temen al Señor, están en una situación sumamente positiva y ventajosa. Pero seguramente muchos necesitamos orar por esta necesidad, la liberación del miedo que, en una u otra forma, nos impide entregarnos al Señor.

Para esto necesitamos recordar las palabras de Cristo: "Yo soy. No temáis". En la medida en que adquiramos seguridad en la presencia de Cristo en nuestras vidas y fe en su amor, desaparecerá de nosotros el miedo a todo, pero primero el miedo a Él.

Recordemos cómo Jesús sanó ante todo el miedo de sus apóstoles. Pocas personas encontramos dominadas por el miedo como estos apóstoles que habían vivido muy cerca de Jesús. Sin embargo, en el momento de la Pasión, por ejemplo, huyen cuando Cristo cae en manos de sus enemigos. Él lo había ya profetizado: "Herirán al pastor y se dispersarán las ovejas".

Pero como solamente es Él el que sana del miedo, solamente Cristo sana del miedo al comunicarnos su Espíritu, por eso Él el día mismo de su Resurrección adelanta esta curación interior de los apóstoles: "Yo soy. No temáis". Es Él también quien por su Espíritu sana en nosotros el miedo que hemos acumulado en este campo. Pero los apóstoles quedaron curados plenamente del miedo únicamente el día de Pentecostés, hasta ese momento han estado con las puertas cerradas. Solamente salen al balcón ese día para predicar a Cristo, para ser testigos de Cristo. ¿Por qué? Porque como nos dicen los Hechos de los Apóstoles, "quedaron todos llenos del Espíritu Santo". Esta plenitud del Espíritu es distinta de la recepción del Espíritu, ellos lo habían recibido el día de la Resurrección, pero la plenitud del Espíritu, con su poder total, solamente la adquieren el día de Pentecostés. También nuestra sanación interior del miedo y del miedo a Cristo será una realidad cuando recibamos la plenitud del Espíritu, cuando quedemos llenos también del Espíritu del Señor, cuando seamos bautizados en su Espíritu. Esta es la verdad que estamos descubriendo actualmente por medio de la Renovación Carismática.

Uno de los primeros efectos de la Efusión del Espíritu es la seguridad interior. La fuerza del Espíritu destruye en nosotros el miedo que es debilidad, en cambio adquirimos entusiasmo por Cristo. El Señor, antes de la Ascensión, les dice a los apóstoles: "Recibiréis el poder del Espíritu y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra". Antes de Pentecostés, los apóstoles no pueden dar testimonio de Cristo porque tienen miedo. Pensemos en el caso de S. Pedro: a pesar de sus promesas de fidelidad, promesas que eran sinceras cuando las hizo, durante la Pasión niega a Cristo y aún con juramento y delante de una esclava. "No conozco a ese hombre", dice. Y ¿por qué este cambio? Porque en ese momento Pedro está dominado por el miedo, no puede ser testigo de Jesús; conoce a Jesús y ama a Jesús, pero tiene miedo y por esto no puede dar testimonio del Señor ni puede confesar al Señor.

Pero este Pedro que niega al Señor delante de una esclava, será el que el día de Pentecostés lo proclamará con alegría y con valor, lo hará sin miedo, y esto sucederá en los meses y en los años siguientes, nada lo detendrá, será el testigo fiel del Señor. ¿Por qué este cambio? Porque el Espíritu del Señor al colmarlo el día de Pentecostés lo sanó del miedo, le dio seguridad interior, lo llenó de fortaleza y lo convirtió en testigo del Señor Jesús.

La gran necesidad que tiene ahora la Iglesia, la gran necesidad del mundo en este momento es la de testigos de Jesús. Hay muchos predicadores del Señor, hay muchas personas que pueden hablar de Él, pero son pocas las que se atreven a dar testimonio del Señor, a ser sus testigos en los ambientes difíciles. En un medio universitario, por ejemplo, las personas en una conversación están exponiendo criterios anti-evangélicos, la gran necesidad de la época presente es la de testigos de Cristo, pero esto lo lograremos únicamente cuando el Espíritu del Señor, al derramarse en nosotros, nos quite el miedo, nos libere del temor; nos dé seguridad, nos llene de fortaleza. y cuando Cristo nos da seguridad en Él, empieza también a darnos seguridad en nosotros y a confiar en los demás.

Él nos sana primero del miedo que le tenemos, pero quiere sanarnos después del miedo que nos tenemos y del miedo que tenemos a los demás. Es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a nosotros mismos y mucho también el que tenemos a distintas personas. La serie de fracasos que hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas nos ha llenado de inseguridad, nos ha hecho cada vez menos firmes, menos seguros. La incertidumbre es uno de los distintivos.

No tenemos seguridad frente al futuro, porque el pasado está lleno de fracasos y solamente cuando tengamos seguridad frente al futuro lo conquistaremos, progresaremos, cumpliremos las metas señaladas, llegaremos a feliz puerto. "El que no espera vencer, ya está vencido", dice el adagio, allí está encerrada una gran verdad. Los fracasos que nos han proporcionado personas desde los primeros años de nuestra existencia, los que hemos tenido por imprudencia, por falta de previsión, por distintos fallos, nos han llenado de miedo.

Esta es la realidad, pero también existe la verdad de la sanación de Cristo, Él puede sanar este miedo que tenemos en nuestro interior respecto a nosotros, Él puede curarnos de esta inseguridad. Solamente Él, por su Espíritu, puede llenarnos de fortaleza.

Y es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a distintas personas, personas que por una u otra causa, por una u otra actuación, nos han impresionado desfavorablemente, han creado en nosotros complejo de inferioridad, nos causan miedo con sus amenazas, con su misma presencia muchas veces. De este miedo también puede sanarnos el Señor y quiere sanarnos el Señor.

JESUS, que es nuestra paz, empieza a sanar del miedo desde antes de su nacimiento. Por medio del ángel, tranquiliza a José: "No temas tomar contigo a María tu esposa porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados". Despertó José del sueño e hizo como el ángel del Señor le había mandado y tomó consigo a su esposa.

El día de su nacimiento en Belén, por medio del ángel sana también el miedo de los pastores. El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador que es el Cristo Señor". Cuando los ángeles dejándoles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: "Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado". Ya sin miedo y llenos de alegría, pueden acercarse al portal y realizar allí el encuentro maravilloso con el Señor .

Pero hay un hecho sumamente elocuente para manifestar el poder de sanación interior, de sanación del miedo, que tiene el Señor Jesús. NICODEMO es un fariseo, magistrado judío, que va a buscar a Jesús, pero "de noche". Va a hablar con el Señor, pero no lo hace de día, teme las burlas de sus compañeros, por eso busca la oscuridad. Es de noche cuando se dirige a la casa de Jesús y cuando tiene el diálogo con Él, es un hombre dominado por el miedo. Pero el Señor, que es la paz, que es la seguridad, que es la fortaleza, dialoga con este hombre dominado por el miedo, le habla de su Espíritu, del nuevo nacimiento: "El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido de la carne es carne, lo nacido del espíritu es espíritu".

A través de aquel diálogo, el Señor penetra en el corazón medroso de Nicodemo y lo sana totalmente. La curación interior de Nicodemo es tan completa que, poco después, cuando los fariseos quieren condenar a muerte a Jesús, cuando incluso reclaman a los guardias por qué no han traído prisionero a Cristo, Nicodemo les dice: " ¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?". Ellos le respondieron: "¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta", y se volvieron cada uno a su casa. Aquel hombre con su valor confunde a quienes quieren perder a Cristo, los obliga a volver a su casa. Y algo más admirable todavía: el Viernes Santo, cuando Cristo ha sido crucificado, cuando todos (aún sus discípulos) lo han abandonado, Nicodemo, en compañía de José de Arimatea, se presenta ante Pilatos para pedirle el cuerpo de Jesús. Es un hombre que ya no tiene miedo, porque Jesús lo había sanado. Como señal de gratitud y como demostración de aprecio, él ahora quiere honrar al Señor dando sepultura a su cuerpo.

Pero lo que debe llenarnos de alegría y de esperanza es saber que Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Que ese Jesús que sanó el miedo que había en José, que había en los pastores, que destruyó el miedo que oprimía a Nicodemo y que muchas veces adelantó un proceso de curación del miedo en sus apóstoles, puede y quiere realizar el mismo favor en beneficio de nosotros. Él también quiere destruir el miedo que nos domina y nos enferma, Él también puede hacerlo ahora y lo hará si nosotros nos acercamos a Él con fe y con humildad. Sería un mal para nosotros descubrir la serie de temores que nos oprimen y aún las consecuencias terribles que tienen sobre nuestro organismo, si no estuviésemos convencidos de que tenemos una solución en Cristo, en Cristo que es la solución de todos los problemas. Es el temor a fracasar, a la sexualidad, a defendernos, a confiar en los demás, a pensar, a hablar, a la soledad y a tantas otras cosas, tienen en Cristo nuestro Señor la gran solución, la pronta solución.

El apóstol S. Juan escribió en su Epístola unas palabras llenas de Verdad y con un profundo significado psicológico: "El amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo y el que teme no es perfecto en el amor". Aquí encontramos la gran solución para la enfermedad interior del miedo: el amor paternal de Dios, el amor fraternal y salvador de Cristo, el amor del Espíritu que mora en nosotros. En la medida en que nos dejemos abrazar por el amor de Dios, en esa misma medida irá desapareciendo el temor que hay en nosotros. Y cuando el amor de Dios llegue a ser perfecto en nosotros el temor será arrojado fuera.

La Renovación Carismática nos coloca de una manera muy clara frente al amor del Señor, frente al amor del Espíritu y estamos experimentando la verdad de aquellas palabras de S. Pablo a los Romanos: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". Por eso, muchas personas cuando tienen la experiencia del Espíritu, cuando se dejan invadir por este Río de Aguas Vivas, cuando se dejan de veras abrazar por su amor, se van viendo liberadas de los recuerdos dolorosos en todos los campos, pero concretamente en el del miedo.

Este es uno de sus grandes beneficios, no lo sabremos apreciar nunca debidamente.

Un psicólogo americano ha escrito: " A menos que podamos aceptar que, el amor de Dios nos envuelve ahora con todas nuestras faltas, debilidades y limitaciones, no seremos mejores mañana ni siquiera un ápice de lo que somos hoy; a menos que podamos creer en un Dios que es Amor no podremos llegar a ser honestos. El temor siempre nos separará del poder curativo". Pero el método concreto y fácil para recibir, de una manera progresiva, a través de un proceso, la curación interior del miedo como

don de Cristo, es acercarnos a El con fe, creer verdaderamente que El está resucitado en nosotros y con nosotros, que El es el Salvador, el Salvador del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Que Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

Después de este acto de fe, nosotros en horas especiales nos dedicamos a recorrer toda nuestra vida con Cristo, a recorrer todos los momentos dolorosos, penosos, en el campo del miedo; a repasar todos aquellos recuerdos medrosos que nos han ido enfermando paulatinamente. Pero, ¿para qué? No para amargarnos nuevamente con ellos, no para acumular temor, sino para detenernos con Cristo delante de cada una de estas escenas, de cada uno de esos acontecimientos que nos causaron pavor o miedo, para pedirle que derrame su paz, que comunique seguridad, que borre con su presencia amorosísima el trauma que dejó en nosotros ese acontecimiento doloroso. No se trata de no recordar ya aquella escena, sino de recordarla con tranquilidad, de recordarla con paz, seguros como estamos de que el Señor, el Salvador, la ha curado, la ha sanado perfectamente.

En este proceso de sanación del miedo, como manifestación del amor de Cristo y de su Espíritu, es muy conveniente hacer un inventario de las personas a quienes, por una u otra causa, tememos más. De las cosas que nos causan más miedo, de lo que interiormente nos hace sentir más inseguridad. Esto ¿para qué? Para también, de una manera concreta, pedirle al Señor en la oración que sane el miedo que tenemos a "Fulano de tal", a "Zutano", a tal o cual superior, a tal o cual compañero, a tal o cual enemigo, para pedirle que destruya el miedo que tenemos, por ejemplo, a determinada enfermedad, a montar en avión, a ir a tal o cual lugar, a enfrentarnos con tal o cual circunstancia. El Señor que se interesa concretamente por todo lo nuestro irá destruyendo esos distintos miedos, irá aumentando a través de un proceso maravilloso nuestra curación interior y cada día recobraremos más seguridad en nosotros, tendremos más seguridad en los demás, pero todo como fruto de la seguridad en Cristo, de la seguridad en su amor, en su poder y en su fidelidad.

A lo largo de este proceso irá creciendo en nosotros el amor al Señor y ese amor, recordémoslo, irá echando fuera el temor. Para que este proceso de curación del miedo tenga más eficacia en nosotros es muy importante emplear la visualización. Visualizar por el recuerdo las escenas, las personas, los acontecimientos que nos causaron miedo y visualizar la presencia de Jesús en ese momento y su acción tranquilizadora en cada uno de nosotros. Bill dice que "es difícil, por no decir imposible, que una curación o cambio se realice sin una imagen mental". Con los ojos de la mente nosotros deberíamos mirarnos e imaginarnos tal como quisiéramos ser. Si constantemente tenemos presente esta imagen y la reiteramos, tenderemos a ser semejantes a esta imagen. Mediante una imaginación positiva nuestra vida puede convertirse en una revelación y desarrollo continuos, ello dependerá en definitiva de la integridad de nuestra personalidad y no de palabras ni de frases hechas. Encontramos que la oración afirmativa es más poderosa que la oración de petición, y esto por razones obvias. La oración positiva nos sitúa del lado de la voluntad de Dios, trae y traduce de lo invisible a lo visible de nuestras vidas aquello que implica santidad, perfección e integridad. Por eso, visualizar la acción de Cristo que está con nosotros, que al presentarse nos dice: "Yo soy, no temáis", que nos ofrece su brazo protector, que nos invita a descansar en su regazo, es un elemento y un método de sanación maravilloso.

Tenemos que pedir la gracia de que nuestra fe en Cristo sea una fe verdaderamente viva, una fe actuante, una fe que abarque toda nuestra persona, una fe que nos lleve a experimentar realmente la presencia y la acción amorosa del Señor en nuestras personas y a lo largo de todas nuestras vidas.

Puede servirnos mucho seguir la terapia que los Dres. Parker y Johns aconsejan en su obra "La oración en la psicoterapia":

Primero: Reconocemos al Dios de amor dentro de nosotros mismos como el poder curativo del miedo y director de nuestras vidas.

Segundo: Conscientemente nos despojamos de cualquier cualidad negativa, motivo, impulso, sentimiento, pensamiento, que no queremos.

Tercero: Invitamos a este poder divino, a este amor del Señor, para que llene el vacío que nuestro despojo ha creado.

Cuarto: En los tiempos específicos de oración y durante el día tendremos delante de nosotros mismos pensamientos e imágenes positivas, sanas, plenas, estando ciertos que solamente ellos y ellas están de acuerdo con la voluntad de Dios acerca de sus criaturas.

Quinto: Cuando oramos creemos que hemos recibido aquella ayuda especial que hemos pedido y actuamos como si la hubiéramos recibido.

Sexto: Meditamos en Dios como Amor, en el mandamiento de Jesús de amar y buscamos la entrada a este círculo de perfección. El amor de Dios, el amor a nosotros como hijos de Dios y el amor del prójimo como a nosotros mismos

.

Séptimo: Escuchamos y esperamos un cierto sentido de victoria, una cierta sensación de presencia que nos dice: "Yo estoy aquí, todo está bien, no temáis".

Octavo: Ya se ha cumplido. ¡Gloria a Dios en las alturas! Te damos gracias, Señor, porque eres la paz, porque eres nuestro Salvador.

Si seguimos esta técnica, realmente no podemos fallar al fin de cuentas, ¿por qué? Porque Dios no puede fallar. Si nosotros nos despojamos de todo lo negativo, de lo destructivo, de todo lo que esté distorsionando y aceptamos lo positivo, el amor de Dios, la paz de Dios, nuestra victoria está asegurada y no puede ser de otra manera. Dios no puede retener el bien, Él lo comunica constantemente, entonces lo que se requiere es que nosotros quitemos el impedimento y recibamos el río del amor, el torrente de la paz del Señor, el perdón, el amor, la confianza, la fe y la paz brotarán en nosotros como de una fuente inextinguible y siempre presente, si nosotros podemos hacernos a un lado y damos cabida al Espíritu del Señor que quiere colmarnos, que quiere cambiarnos y que quiere dirigirnos.

También podemos pedir el ministerio de la sanación del miedo, que tanto daño nos hace. Muchas veces el Señor quiere comunicar su salvación por medio de otras personas a quienes escoge como ministros suyos. En este campo de la sanación del miedo, el Señor usa con frecuencia ese medio. Nosotros con humildad nos acercamos a personas que han recibido este carisma, nos ponemos a orar con ellas, pedimos la gracia de discernir, de descubrir las causas y fuentes principales de nuestro miedo interior y luego pedimos la oración para esta liberación. Estas personas guiadas por el Espíritu del Señor orarán como Él les sugiera, irán descubriendo quizá causas que están ocultas, irán viendo con claridad dónde está el principal problema en el campo del miedo. Su súplica, unida a la nuestra, alcanzará aquello que nosotros necesitamos, anhelamos y ahora pedimos con humildad.

Los efectos del ministerio de sanación interior aparecen en esta Renovación Carismática cada día con mayores posibilidades, es algo verdaderamente asombroso lo que se está consiguiendo, causa verdadera alegría ver cómo van cambiando muchas vidas, cómo se van curando interiormente a través de este ministerio de sanación interior. ¡Ojalá que esta luz llegue a muchas personas y que crezca el número de equipos de personas consagradas a este ministerio que tanto glorifica al Señor y que tantos beneficios reportan para las personas!

Sí, reconozcamos que estamos enfermos, quizá muy enfermos interiormente de miedo, reconozcamos que el miedo se ha ido acumulando en nosotros y nos impide muchas veces entregarnos al Señor, servir generosamente a los hermanos, llevar una vida tranquila. Pero reconozcamos también, con la gracia del Señor, que Él puede sanar este mal y puede calmar todas las tempestades que el miedo levante en nosotros. Recordemos lo que nos dice el evangelista S. Mateo: " Subió después Jesús a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto, se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas llegaban a cubrir la barca, pero Él estaba dormido. Acercándose, pues, se acercaron diciendo: "Señor, sálvanos que perecemos". Díceles: " ¿Por qué estáis con miedo, hombres de poca fe?". Entonces, se levantó e increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran bonanza, y aquellos hombres maravillados decían: ¿ Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen?

Señor Jesús, que yo nunca recorra el mar de la existencia solo, que yo te lleve siempre en mi vida y en mi barca, que yo disfrute siempre, Señor, de tu compañía amorosísima, que cuando arrecie la tempestad, cuando el miedo levante olas que amenacen sumergirme, yo te mire, Señor, yo te invoque con fe y con confianza. Que Tú, Señor, ordenes a esos vientos y a esa mar que se calmen, que no me destruyan, que no me atormenten. Señor, tú eres la paz, Tú dijiste: "Mi paz os dejo, mi paz os doy", dime estas palabras, Señor: "Te doy mi paz, te dejo mi paz". Destruye, Señor, el miedo y el odio que se han acumulado en mí, disipa tantos temores infundados que me atormentan, calma Señor la tempestad que con frecuencia se levanta en mi interior, que se manifieste tu paz, Señor, en mi vida, que aparezca tu Señorío, que Tú domines mis emociones, que Tú me tranquilices interiormente. Tú eres mi paz, Tú eres la paz, Tú eres el Amor. Gracias, Señor, porque me amas, gracias Señor porque me curas, gracias Señor porque me salvas. ¡Bendito seas, Señor, gloria a Ti Señor!

Sellamiento Con La Sangre de Cristo Contra Todo Mal.

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 Señor Jesús, en tu nombre y con
el Poder de tu Sangre Preciosa
sellamos toda persona, hechos o
acontecimientos a través de los cuales
el enemigo nos quiera hacer daño.
Con el Poder de la Sangre de Jesús
sellamos toda potestad destructora en
el aire, en la tierra, en el agua, en el fuego,
debajo de la tierra, en las fuerzas satánicas
de la naturaleza, en los abismos del infierno,
y en el mundo en el cual nos movemos hoy.

Con el Poder de la Sangre de Jesús
rompemos toda interferencia y acción del maligno.
Te pedimos Jesús que envíes a nuestros hogares
y lugares de trabajo a la Santísima Virgen
acompañada de San Miguel, San Gabriel,
San Rafael y toda su corte de Santos Ángeles.
Con el Poder de la Sangre de Jesús
sellamos nuestra casa, todos los que la habitan
(nombrar a cada una de ellas),
las personas que el Señor enviará a ella,
así como los alimentos y los bienes que
Él generosamente nos envía
para nuestro sustento.

Con el Poder de la Sangre de Jesús
sellamos tierra, puertas, ventanas,
objetos, paredes,  pisos y el aire que respiramos,
y en fe colocamos un círculo de Su Sangre
alrededor de toda nuestra familia.

Con el Poder de la Sangre de Jesús
sellamos los lugares en donde vamos
a estar este día, y las personas, empresas
o instituciones con quienes vamos a tratar
(nombrar a cada una de ellas).

Con el Poder de la Sangre de Jesús
sellamos nuestro trabajo material y espiritual,
los negocios de toda nuestra familia,
y los vehículos, las carreteras, los aires,
las vías y cualquier medio de transporte
que habremos de utilizar.
Con Tu Sangre preciosa sellamos los actos,
las mentes y los corazones de todos los habitantes
y dirigentes de nuestra Patria a fin de que
Tu Paz y Tu Corazón al fin reinen en ella.
Te agradecemos Señor por Tu Sangre y
por Tu Vida, ya que gracias a Ellas
hemos sido salvados y somos preservados
de todo lo malo.

La Virgen María, Madre de Dios

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«Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres Virgen hecha Iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien» (San Francisco, Saludo a la B.V. María).

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros... ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro» (San Francisco, Antífona del Oficio de la Pasión).

«Francisco rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). «Francisco amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos» (LM 9,3).

«El misterio de la maternidad divina eleva a María sobre todas las demás criaturas y la coloca en una relación vital única con la santísima Trinidad. María lo recibió todo de Dios. Francisco lo comprende muy claramente. Jamás brota de sus labios una alabanza de María que no sea al mismo tiempo alabanza de Dios, uno y trino, que la escogió con preferencia a toda otra criatura y la colmó de gracia». «Puesto que la encarnación del Hijo de Dios constituía el fundamento de toda la vida espiritual de Francisco, y a lo largo de su vida se esforzó con toda diligencia en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado, debía mostrar un amor agradecido a la mujer que no sólo nos trajo a Dios en forma humana, sino que hizo "hermano nuestro al Señor de la majestad"» (K. Esser).

«El intenso amor a Cristo-Hombre, tal como lo practicó San Francisco y como lo dejó en herencia a su Orden, no podía dejar de alcanzar a María Santísima. Las razones del corazón católico y de la caballerosidad de San Francisco lo llevaban al amor encendido de la Madre de Dios... San Francisco cultivó con esmero y con toda su intensidad el servicio a la Virgen Santísima dentro de los moldes caballerescos y condicionado a su concepto y a su práctica de la pobreza. Nada más conmovedor y delicado en la vida de este santo que la fuerte y al mismo tiempo dulce y suave devoción a la Madre de Dios» (C. Koser).

Sanaciones Milagrosas - ¿Cuál es el Rumor?

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Todo el mundo parece estar buscando un milagro de sanación en estos días. La gente está buscando en los libros, cintas de audio, canales de televisión por cable, estadios - en todas partes...El potencial milagro de sanación lleva a cualquier tipo de personas a todo tipo de lugares raros. ¿Qué hay de las sanaciones milagrosas de Jesucristo registradas en la Biblia? ¿Por qué parece que buscamos en todas partes, menos allí?

Existen treinta y cinco milagros distintos que fueron hechos por Jesús, como lo registran los evangelios. Mateo registra veinte; Marcos menciona dieciocho; Lucas menciona veinte; y el libro de Juan nos dice acerca de siete. Sin embargo, estos no son todos los milagros que Jesús hizo. Hay doce ocasiones mencionadas en Mateo, cuando Jesús hizo un número de obras maravillosas. Como ejemplo, revise Mateo 15:30, el cual dice: "Y se le acercó mucha gente que traía consigo a cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús y los sanó." 


Sanaciones Milagrosas - El Registro Bíblico
 
Hoy, mucha gente duda de las sanaciones milagrosas de Jesús mencionadas en la Biblia. ¿Por qué? Porque mucha gente hoy duda de la existencia de Dios y de Su poder. Para un cristiano, es evidente que los milagros de Cristo son ocurrencias sobrenaturales ordenadas por Dios el Padre, quien le dio poder al Hijo para hacerlos para Su gloria. En Juan 14:10-13 dice: "¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. 


Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre es en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras." Para un creyente en Jesús, esto es prueba de la obra sobrenatural que hizo posible los milagros. El diccionario bíblico Unger define milagros como: "Manifestaciones sobrenaturales de poder divino en el mundo exterior, revelaciones especiales por sí mismas de la presencia y poder de Dios; y en conexión con otras revelaciones especiales a las cuales sirven, como ayudando en su testimonio, establecimiento y preservación."

He aquí algunas de las sanaciones milagrosas hechas por Jesús en la Biblia. A medida que las lea, recuerde que Dios es Dios, el Creador de los cielos y la tierra.

Jesús sanó al hijo del noble en Caná (Juan 4:46-54); Él sanó al paralítico en el estanque de Betesda (Juan 5:1-9); Él sanó a la suegra de Pedro (Mateo 8:14-15; Marcos 1:29-31; Lucas 4:38-39); Limpió a un leproso (Mateo 8:2-4; Marcos 1:40-45; Lucas 5:12-16); Sanó al sirviente del centurión (Mateo 8:5-13; Lucas 7:1-10); Sanó al endemoniado ciego y mudo (Mateo 12:22; Lucas 11:14); Sanó a la mujer con el flujo de sangre (Mateo 9:20-22; Marcos 5:25-34; Lucas 8:43-48); Resucitó a la hija de Jairo (Mateo 9:18-19,23-26; Marcos 5:22-24,35-43; Lucas 8:41-42,49-56); y restauró la oreja de Malco (Lucas 22:49-51; Juan 18:10). 


Sanaciones Milagrosas - ¡Cosa Trivial para un Dios Todopoderoso!
 
¿Sanaciones milagrosas? ¡Vamos! Esas son sólo historias maravillosas promovidas por un grupo de fanáticos religiosos. Por supuesto, para aquellos que niegan al Dios Creador del Universo y a Su Hijo, Jesucristo, es fácil negar la veracidad histórica de los milagros de Cristo registrados en la Biblia. Sin embargo, si llegamos a un punto en donde creemos en Dios y en Su absoluto poder para crear todo lo que vemos, entonces los milagros no son un problema - sólo son la suspensión de las leyes naturales que Él mismo creó.


Una vez que creemos en Dios y en Su poder supremo, entonces no tenemos ningún problema para creer en Su Hijo, Jesucristo y que Él nació de una virgen, vivió una vida perfecta, hizo todas las obras que revelan las Escrituras, y murió en una cruz por el mundo, pagando el precio de todos los pecados, ¡para reconciliarnos de nuevo con Dios y darle gloria! Dios todavía está en control de todas las cosas, ¡y siempre lo estará! Los milagros todavía ocurren hoy, cuando encajan con los planes de Dios para las vidas de aquellos afectados. 

Dios es amor. Milagrosamente, ¡Él nos ama sin importar lo que hayamos hecho! A Sus ojos, cada uno de nosotros somos "milagros," porque Él nos creó a Su imagen.

Pregunta: ¿Qué enseña la Iglesia acerca de la anticoncepción?

 
Responde el P. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E.
 Pregunta:

Soy una alumna de un colegio católico y se me pidió hacer una investigación sobre los anticonceptivos, quiero pedirle ayuda acerca de este tema y del punto de vista de la Iglesia. Necesito saber con fundamentos claros el por que la iglesia se opone a este método, si es pecado usarlos, etc. Por favor agradecería su ayuda. Navegando en Internet llegue a una pagina en donde me aparecía que usted sabia bastante acerca de este tema, por esta razón quise escribirle. Me despido afectuosamente V. De antemano muchas gracias
Respuesta:

Estimada V.:

La anticoncepción es el rechazo a tener hijos ya sea por motivos sin peso o por medios ilícitos.

Muchas veces, cuando se habla en contra de la anticoncepción se mencionan los efectos secundarios que causan muchas píldoras o medios anticonceptivos como, por ejemplo:

-Efectos sobre el metabolismo lipido-glucídico: arterioesclerosis, peligros de hemiplejias.

-Efectos cardiovasculares: trombosis vascular, venosa, arterial o del mesenterio, hemorragias y embolias cerebrales o pulmonares, infartos, hipertensión, oclusión coronaria, etc. (efectos que se aumentan hasta un 250% cuando se combina la píldora anticonceptiva con el tabaco o el alcohol).

-Efectos hepáticos: hepatitis virósicas, ictericia, cálculos, lesiones vasculares y tumores.

-Efectos sobre la piel: acné, caída de cabello, hiperpilosidad, manchas.

-Efectos neuropsíquicos: desequilibrios, depresiones, tendencias suicidas, aburrimiento, tristeza, alteración de la libido, desafección sexual.

-Efectos ginecológicos: riesgos de infecciones, quistes, cáncer de útero y seno.

-Efectos genéticos en los descendientes: mongolismo, malformaciones varias.

-Efectos sobre la fecundidad: disminución de las reglas, esterilidad total; en las jovencitas pueden llegar a darse un bloqueo del crecimiento sexual (el fenómeno de las 'mujeres-niñas').

Por este motivo, muchas mujeres desconfían de la píldora y recurren a otros medios moralmente tanto o más malos e injustos que aquélla, como la esterilización y el aborto.

Sin embargo, el problema es más profundo y sería igualmente inmoral la anticoncepción aunque se consiguiese fabricar una píldora que no produjese ningún efecto nocivo, o la esterilización fuese totalmente reversible.

El Papa Juan Pablo ha señalado con fuerza que el verdadero problema de la anticoncepción es la mentalidad que la anima. Es la mentalidad de la cerrazón a la vida, de la falsedad en la relación entre el hombre y la mujer y de la manipulación y cosificación del amor.

Ante todo, la anticoncepción, como su nombre lo indica, implica una oposición a la concepción de una nueva vida. Es una actitud de rechazo. El Papa ha dicho que entre el recurrir a los métodos naturales (es decir, el recurrir a los ritmos de fertilidad e infertilidad que la misma naturaleza prevé para la mujer) y el anticoncepcionismo no hay una simple diferencia de método sino dos concepciones de la persona humana y de la sexualidad humana, 'irreconciliables entre sí'.

En la anticoncepción 'la procreación se convierte en el 'enemigo' a evitar en la práctica de la sexualidad' (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 23). Esta práctica tiene su raíz es una mentalidad hedonista, es decir, egoísta, que pone el placer por encima de todo: un hijo, una nueva vida, es un mal. Esta es la actitud contraria a la de Dios que nos ha dado a nosotros la vida.

Es por ser una oposición a la vida que tiene estrecha relación con el aborto. A veces se dice que hay que favorecer la anticoncepción para que haya menos abortos. Es falso. Aunque se trate de cosas diversas, una llama a la otra. El que no quiere una nueva vida intenta primero evitar que venga, pero si falla en evitarla, intentará luego destruirla. Por eso decía Juan Pablo II: 'los contravalores inherentes a la 'mentalidad anticonceptiva'... son tales que hacen precisamente más fuerte esta tentación (del aborto) ante la eventual concepción de una vida no deseada. De hecho, la cultura abortista está particularmente desarrollada justo en los ambientes que rechazan la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción' (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 13).

En segundo lugar, implica una falsedad en la relación entre el hombre y la mujer. Ya hemos hecho referencia a esto: cuando deliberadamente se quita de ese acto la capacidad de dar la vida, de engendrar, de ser fecundos, ese acto se vuelve mentiroso.

En tercer lugar, implica una relación cosificada: se rebaja al otro cónyuge porque se lo ve ya sólo como un objeto de placer. Una cosa que da placer, no una persona a la que se entrega con totalidad. Cuando el acto sexual se reduce a la búsqueda del placer, entonces se convierte en la suma de dos egoísmos, pero dos egoísmos no hacen un amor.

Finalmente, en la anticoncepción los esposos se comportan como dueños y árbitros absolutos de la creación. Ellos se dictan su propia ley, usan su cuerpo, su sexo, el placer, según sus propios criterios, contra la voluntad de Dios expresada en la ley natural y en los mandamientos divinos.

Resumiendo todo esto decía el Papa Juan Pablo II: 'Cuando los esposos, mediante el recurso al anticoncepcionismo, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como 'árbitros' del designio divino y 'manipulan' y en envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge alterando su valor de donación 'total'. Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal llamando a entregarse en plenitud personal' (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 32).

Sunday, May 22, 2011

SANACIÓN DEL ODIO


Mons. Uribe Jaramillo

S. Pablo escribe a los Efesios: "Mas ahora en Cristo Jesús, vosotros los que en otro tiempo estabais lejos habéis llegado a estar cerca por la Sangre de Cristo, porque Él es nuestra paz. El que de dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en Sí mismo de los dos un solo hombre nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la cruz, dando en Sí mismo muerte al odio. Vino a anunciar la paz, paz a vosotros que estabais lejos y paz a los que estaban cerca, porque por Él unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu".

Señor Jesús, Tú eres la paz, Tú eres nuestra paz, Tú eres nuestro Salvador. Tú quitas nuestros pecados y nos devuelves la paz que habíamos perdido. Estamos enfermos interiormente, tenemos un corazón lacerado, por eso Señor nos acercamos a Ti con fe para pedirte que nos cures interiormente, para que destruyas el odio que hay en nosotros, para que alejes todos los temores que nos enferman, para que quites toda dolencia de nuestro corazón. Gracias, Señor, por tu amor. ¡Bendito seas, Señor!

La sanación interior es, sin duda, uno de los temas que más interesa en la Renovación Espiritual Carismática. Espero que la exposición que se hará a continuación sea útil a muchas personas que quizá no han tenido la experiencia amorosa. de Dios en sus vidas, porque carecen de esta curación interior que Él quiere realizar actualmente en cada uno de nosotros.

Este es un tema que encuentro cada vez más importante y más práctico. Muchas veces no disfrutamos de este gozo del Señor, de la alegría del Espíritu, del amor y de la acción de Dios en nuestras vidas porque estamos muy enfermos interiormente. Esta realidad de nuestra enfermedad interior sería un desastre contemplarla si no nos encontrásemos con la realidad de la salvación integral de Cristo. Recordemos las palabras de los ángeles o del ángel que habla en nombre de Dios a los pastores el día de Navidad: "Os anuncio un gozo muy grande que lo es para todo el pueblo: hoy os ha nacido vuestro Salvador". Pero esta palabra "Salvador" queda a veces para nosotros como en el aire y no caemos en la cuenta de que es algo concreto, algo que abarca toda nuestra persona y toda nuestra vida.

Pablo VI, durante el Año Santo celebró una Eucaristía por los enfermos en la Plaza de S. Pedro y allí pronunció una homilía muy interesante en la cual nos recordó que "Cristo es el Salvador del hombre y el Salvador de todos los hombres". Esa fue la idea expresada ya por S. Atanasio hace ya muchos siglos. Dice este Santo Padre: "Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de Él ha conseguido la salvación toda la humanidad y de ninguna forma es ficticia nuestra salvación. Y no solo la del cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo,. se ha realizado en Aquel que es la Palabra." La salvación del Señor se extiende a toda nuestra persona, a nuestro espíritu, a nuestra alma, a nuestro cuerpo, a nuestro mundo emocional.

Muchas veces en nuestro ministerio sacerdotal no comunicamos la salvación de Cristo a la enfermedad de las emociones, a la enfermedad mental, al mundo interior enfermo, porque creemos -al menos en la práctica- que la salvación se limita a que el Señor nos de la gracia en el Bautismo, nos la devuelva por el Sacramento de la Reconciliación, nos conceda la gracia de morir unidos a Él y entrar así al cielo. Esto es lo principal, pero no olvidemos que la realidad de la permanencia de Cristo actúa en nuestra vida toda. Dios no está limitado por el tiempo, el tiempo es la duración sucesiva de las cosas y en Dios no hay sucesión, por eso "Cristo que es Dios verdadero es el mismo ayer, hoy y por los siglos". Nos hacemos a veces a la idea de un Cristo que tiene veinte siglos de muerto y resucitado pero sin que esa resurrección se convierta en una realidad concreta en nuestras vidas. Olvidamos que Él hoy sana, como sanó entonces, que lo que Él hizo hace veinte siglos lo realiza ahora y lo efectuará dentro de muchos siglos porque es el mismo.

Una de las cosas que encuentro más importantes en la Renovación es ésta: cómo el Espíritu del Señor nos está colocando frente a un Cristo concreto y maravilloso que actúa como Salvador en nosotros. Nos acerca a Cristo, no solamente en la mente, sino en el corazón y en la vida. Y cuando el sacerdote y la religiosa descubren esto, el ministerio encuentra una proyección nueva, muestra una inmensidad cada día creciente, porque uno empieza a experimentar en su persona la realidad de la salvación integral de Jesús y se convierte entonces en ministro de salvación de Cristo, pero de una manera concreta, en todo el hombre y en todos los hombres.

Este es el tema en el cual estamos reflexionando ahora con la gracia del Señor. La sanación interior que realiza Cristo abarca muchas áreas: Él viene como Salvador ante todo del pecado y la sanación interior tiene que comenzar por la conversión. A veces se olvida este aspecto y se habla de otras áreas muy importantes de la sanación interior, pero sin mucho provecho porque no se parte de lo fundamental.

La PRIMERA sanación que Cristo hace en nosotros es la de la CONVERSIÓN. Recordemos algo que es muy importante tener presente cuando se trata este asunto. Cuando S. Marcos nos habla del comienzo del Evangelio del Señor, nos dice lo siguiente: "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Noticia".

La primera preocupación de Cristo cuando comienza su ministerio es proclamar la Buena Nueva de la Salvación. Hay un Salvador, pero para que el hombre pueda recibir esta Buena Noticia de la Salvación tiene que dar un paso hacia Él, el de la conversión; tiene que volverse hacia ese Señor que es el Salvador para que pueda recibir su palabra y su consuelo, para que pueda enriquecerse con su gracia, para que pueda llenarse de su Vida. Si ese hombre continúa con su mirada puesta en los ídolos, con su mirada en algo distinto de Cristo, no podrá recibir el beneficio de la salvación del Señor. Por eso, Cristo lo llama por su nombre. Es maravilloso saber, como dice el Salmo, "Dios llama a cada estrella por su nombre y Dios conoce y pronuncia los nuestros". Para el Señor no somos masa, no somos "cosas", somos personas, integramos su pueblo, pero como personas. Él sabe quién es cada uno de nosotros y todos preocupamos al Señor. Él nos llama por nuestro nombre para que nos volvamos hacia Él. Esa es la CONVERSIÓN: dejar el pecado, dejar de mirar el ídolo, para contemplar el rostro del Señor, para embriagamos con la belleza de ese rostro, como dirá el Salmo, eso es lo que quiere el Señor, que nos encontremos con Él, que dejemos todo para abrazarlo a Él.

La CONVERSIÓN tiene que partir del reconocimiento de la realidad del pecado y de la santidad de Dios. Cuando Juan Bautista señala a Cristo, dice: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". No dice únicamente que perdona, sino que QUITA EL PECADO. Para Juan Bautista, la presencia de Cristo era necesaria como Salvador del pecado, porque Juan Bautista había dedicado su ministerio también a llamar a la conversión, "a allanar los caminos" para que pudiese llegar el Salvador.

Pero fijémonos en una realidad que ojalá la reconozcamos delante del Señor: una de las grandes calamidades de esta época ha sido el empeño que hemos puesto. a veces los. mismos sacerdotes. para hacer creer a los demás que no hay pecado o para quitarle toda importancia. Esta ha sido la gran calamidad de esta época. Haber buscado, inclusive, en la Psicología y en una Moral de Situación razones para excluir el pecado de la vida, pero no dejamos de ser pecadores por eso. Esto es lo que dificulta nuestra conversión, porque no nos convertiremos al Señor si no nos sentimos pecadores y esta realidad dolorosa es la que nos tiene tan enfermos.

Cuando una persona se deja conducir por el Espíritu del Señor empieza a reconocer -y esta es una gracia muy grande- su realidad de pecador. Empieza a reconocer que el pecado le aleja de Dios y esta es una de las mayores gracias del Señor, la de sentimos pecadores. RECORDEMOS LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y DEL PUBLlCANO. El fariseo estaba pensando y argumentando así, buscaba las mismas excusas que se presentan ahora: "Gracias Señor, porque no soy como los demás hombres". Aquel fariseo no se reconocía pecador, empieza a recorrer las buenas obras que ha hecho: ayuna varias veces a la semana, da limosna, guarda la ley y ese hombre, con esto mismo, está pecando por orgullo, es - el soberbio que se siente maravilloso delante de Dios. De éste nos dice el Señor que "volvió pecador a su casa". Está cerca del altar y, sin embargo, no está cerca de Dios. Pero en la puerta hay un pobre publicano que empieza a pedir perdón a Dios: "apiádate de mí porque soy un pecador", éste vuelve justificado a su casa.

No temamos pues encontramos con la realidad del pecado. Es una de las grandes gracias que necesitamos. No se trata de complejo de culpa, esto es un mal, sino de la realidad de que somos pecadores. Así como cuando la luz entra en una habitación comienza a mostramos toda la suciedad que hay en ella, vemos el polvo en el rayo de luz y empiezan a aparecer las manchas y las cosas feas, este es un beneficio. Cuando uno está en la habitación oscura cree que no hay nada sucio, nada podrido, nada malo. Si el Espíritu del Señor va proyectando su luz sobre nuestra alma, en nuestro corazón, en nuestro interior, y nos va mostrando lo malo que hay en nosotros, nos concede un gran favor porque ese es ya un comienzo de sanación interior. Y no hagamos el mal tan grande a los demás de dejarlos tranquilos en una vida de vicio, diciéndoles que "eso no tiene ninguna importancia, que eso es propio de la época". No se trata de formar personas escrupulosas, pero se trata de formar cristianos. El cristiano tiene que ser el gran inconforme frente al pecado y el cristiano nunca se puede sentir tranquilo cuando ha cometido la falta. El cristiano siempre tiene que buscar el perdón del Señor, la purificación de Cristo. El grito del cristiano es el que pronuncia en la Eucaristía: "Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de mí. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, dame tu paz". Y esta paz que nos comunica Cristo cuando perdona nuestros pecados es la que nos va sanando progresivamente.

Pero no podemos disfrutar de la paz del Señor mientras no rompamos definitivamente con el pecado. Me convenzo cada día más de que esta Renovación espiritual, que es más seria de lo que nos imaginamos, encuentra resistencia en muchas personas por las exigencias que impone. Si no pidiera tanto. se recibiría y se aceptaría muy fácilmente. pero como la Renovación es CAMBIO DE VIDA, exige CAMBIO DE CRITERIOS y CAMBIO DE ACTITUDES, CAMBIO DE MOTIVACIONES POR TODO LO QUE SEA EVANGÉLlCO, ES POR TANTO MUY DIFÍCIL E INCOMODA MUCHO. El que entra en la Renovación se complica la vida. SÍ, SE LA COMPLICA, es verdad. Se la complica porque comienza a descubrir la realidad del pecado, se la complica porque el Señor empieza a pedirle que "deje esto" y "que haga aquello". Y el Espíritu del Señor es muy exigente. Se complica la vida pastoral, porque el trabajo aumenta después. El sacerdote que antes de la Renovación tenía tiempo para muchas cosas, ahora carece de él para atender debidamente a todas las personas que buscan en él a Cristo y que demandan especialmente sanación interior. No creamos que la Renovación es una lotería para llevamos a una vida fácil, no, la vida del cristiano nunca será fácil. La vida de los cristianos en los Hechos de los Apóstoles no fue fácil. S. Pablo escribirá con razón: "Los que son de Cristo crucifican su cuerpo con sus vicios y sus concupiscencias". El cristiano tiene que ser siempre un crucificado, tiene que decir también con Pablo: "Estoy clavado con Cristo en la cruz".

El Señor nos había dicho: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz todos los días y sígame". Recuperaremos la salud interior en la medida en que le pidamos al Señor perdón por nuestros pecados. en la medida en que descubramos con la luz del Espíritu todo lo que hay de malo en nosotros y lo pongamos delante de la Sangre sacerdotal de Cristo para que Ella lo purifique totalmente. La Sangre de Cristo nos lava de todo pecado. Pero si dejamos esto a un lado y entramos por otro aspecto de la sanación interior, estamos fallando por la base. Por eso, "Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz". La paz de Cristo, tu paz Señor, la que nadie puede dar sino Tú. Esa paz tuya, Señor, que como dice S. Pablo: "supera todo lo que pueden dar los sentidos", esa paz que exige el arrepentimiento del pecado, esa paz que es fruto precisamente de romper los ídolos, esa paz, Señor, que tanto necesitamos y que es la que va realizando nuestra curación interior.

Para fortuna nuestra, contamos con el amor del Señor que nos purifica de todas nuestras miserias. El profeta Ezequiel tiene esta maravillosa profecía:

"Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados de todas vuestras manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré y os daré un corazón nuevo. Infundiré en vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas. Habitaréis la tierra que Yo di a vuestros padres, vosotros seréis mi pueblo y Yo seré vuestro Dios".

Pero la sanación interior no se limita al campo del pecado, abarca también ese mundo enfermo que es la consecuencia del pecado. La Psicología nos ha ido mostrando cada día más la realidad de ese mundo interior del subconsciente en donde se han ido acumulando el odio, el miedo, los resentimientos, los complejos de distinta índole. Todo ese mundo del subconsciente que es como un sótano en el cual nosotros vamos arrojando cosas penosas, duras, con el deseo de que desaparezcan, pero que quedan allí con toda su fuerza destructora y que vienen a convertirse en una especie de volcán que estalla cuando menos lo pensamos. Que aparece en actitudes, en manifestaciones de conducta y aún en enfermedades corporales.

La medicina psicosomática avanza precisamente en esa línea. Ha comprobado cómo muchas de las enfermedades del cuerpo como, por ejemplo, varios tipos de artritis, muchas úlceras, eczemas, asmas, dolores de cabeza a veces incurables, tienen una causa que se llama ENFERMEDAD INTERIOR: acumulación de odio, de miedo, de rechazos..., todo eso que no se puede expresar a veces dé otra manera, que se tiene reprimido, busca su escape afectando al cuerpo porque está enferma la mente, porque no está sano el corazón.

El término bíblico "corazón" significa todo el mundo de las emociones y por eso la medicina no puede calmar ni curar estas enfermedades. Vemos, por ejemplo, cómo la artritis es incurable. La persona tiene épocas menos agudas, pero la enfermedad permanece y lo mismo sucede con ciertos asmáticos; cuando esta enfermedad es efecto de una represión interior, estos enfermos tienen sus días mejores, pero el asma permanece. ¿A qué se debe todo esto? A que una nueva emoción viene a producir una nueva reacción y aparece entonces la dolencia que, aparentemente, había terminado. A veces, se agravan las enfermedades, ¿por qué? porque el médico apenas ha atacado los síntomas, no ha destruido la causa. Solamente cuando ésta se quite, desaparecerá el efecto.

Estamos viendo ahora cómo la gente que está buscando y encontrando la sanación interior, está hallando también, como reflejo y como consecuencia muchas veces la misma salud corporal, pero lo grave es la repercusión que todo este mundo enfermo tiene en nuestra conducta: tantas actitudes agresivas, tantas situaciones de descontrol que uno no quisiera tener y que ha prometido no volver a repetir, todo eso se vuelve a presentar ¿por qué? porque. no ha sido sanado aún el mundo interior enfermo.

Podemos separar dos cosas para que nos orientemos un poco en esta sanación interior. La primera sería la sanación de los recuerdos dolorosos y luego la sanación de las emociones enfermas. SANACION DE RECUERDOS DOLOROSOS Y SANACION DE EMOCIONES ENFERMAS. Dos puntos importantísimos.

Recomiendo para este estudio de todo el mundo interior enfermo, el libro que publicaron dos psiquiatras americanos, el Dr. Parker y el Dr. Jhons, tiene como título: "La psicoterapia en la oración". Es un estudio que ellos como científicos quisieron hacer para ver si la oración sanaba o no las dolencias de la mente, estos problemas psicológicos. Hicieron un test y luego una experiencia con treinta personas y llegaron a la conclusión de que por medio de la oración en grupo se obtenían mayor número de curaciones y con más profundidad. Estos especialistas demuestran qué es lo que enferma a la persona, lo que ellos llaman "los cuatro demonios principales", en términos psicológicos: el demonio del ODIO, el demonio del MIEDO, el demonio del COMPLEJO DE CULPA Y el demonio de los COMPLEJOS DE INFERIORIDAD. Dan una prueba científica de la repercusión de estas enfermedades interiores en la conducta y aún en la salud corporal.

La mayor importancia la dan, claro está, al ODIO. Voy a referirme a é! porque nosotros estamos todos enfermos interiormente, unos más y otros menos, de odio. Porque ninguno de nosotros ha recibido todo el amor a que tenía derecho y que anhelaba desde el momento de la concepción. El plan de Dios ha sido el de creamos a imagen y semejanza suya. Recordemos cómo en el Génesis, cuando Dios va a crear al hombre dice: "Hagámoslo a nuestra imagen y semejanza". La explicación de estas palabras está en parte en el hecho de nuestro ser espiritual, de nuestra alma. Por nuestro espíritu nos asemejamos a Dios que es Espíritu, por este aspecto podemos decir que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Esto es cierto, pero es solo una parte. Cuando Dios dijo: "Voy a hacer al hombre a imagen y semejanza mía" quiso decir algo maravilloso. Dios es Amor y quiso que el hombre y la mujer se asemejasen a Él, porque tenían la vocación de amar y de ser amados. Dios ama y es amado. Y en la medida en que el hombre crezca en el amor, en esa medida se asemejará a Dios que es el Amor infinito, y nosotros nos asemejamos al Señor y recuperamos la sanación interior en la medida en que crezca el amor del Señor en nuestros corazones.

A la vez, nos enfermamos en la medida en que carecemos de amor, en la medida en que el amor nos falte, y esa ha sido la realidad nuestra: que muchas veces la tragedia, el trauma, ha empezado en una concepción que no era deseada. ¡Cuántas veces la madre no quería tener un hijo porque se sentía enferma o porque ya tenía muchos, o por toda esa propaganda de la época moderna del lujo, de la sociedad de consumo...! Por una causa o por otra, pero aquella mujer que queda embarazada sin querer tener un hijo lo está rechazando desde el primer momento y ese rechazo está repercutiendo ya en el cerebro ya de ese niño, lo está traumatizando, lo está enfermando interiormente.

Científicamente se ha comprobado cómo las reacciones de la madre, desde la concepción del niño, están repercutiendo en él. Lo que llaman los psicólogos "las caricias positivas. o "los toques negativos", unos para bien y otros para mal.

Muchas veces viene un embarazo en el cual la madre por enfermedad, por cansancio, porque el marido no tiene trabajo, porque es un borracho, por lo que se quiera, está llevando con disgusto a ese niño. Puede ser una madre cristiana, inclusive. No desea abortar, pero lo lleva con cansancio, con disgusto, no quiere tener a ese niño. Todo esto enferma a esta persona. Ese niño no está recibiendo la ternura, el amor, la acogida del seno materno.

El Señor quiso crear al hombre "a su imagen y semejanza" y por eso determinó que la vida humana empezase con el acto de amor más grande que puede darse entre el hombre y la mujer, la unión íntima matrimonial. Es como fruto de la mayor expresión de amor de dos esposos como tiene comienzo la vida humana en el plan de Dios, porque lo hizo "a imagen y semejanza suya" y Dios es Amor. Y cuando ese amor empieza a faltar en la concepción, en el seno materno, el niño va enfermando, va adquiriendo traumas que tendrán después terribles consecuencias.

Muchas veces el trauma se recibe también en el momento mismo del nacimiento, es un parto doloroso, difícil, y después empieza el niño a mostrar las consecuencias, a manifestar su enfermedad, porque tampoco a veces en los brazos de la madre no recibe todo el afecto que necesita, porque fue creado "a imagen y semejanza de Dios" que es Amor para recibir amor, a fin de poder después dar amor y en esta etapa él no puede dar amor, tiene que recibirlo, y muchas veces lo que está recibiendo es rechazo voluntario o involuntario. No digamos que está pecando esa madre o que está faltando ese padre, pero esa madre -por ejemplo- pobre, que tiene que ir a trabajar, que tiene que dejara su niño solo, encerrado en un cuarto o a cargo de una vecina, ese niño que no está recibiendo el amor de la madre..., será un enfermo en su interior. Ella tiene que irse a trabajar, pero las consecuencias para el niño permanecerán. Es un niño que crece sin afecto, sin amor, y será el agresivo del mañana. Crece en un ambiente donde el padre no tiene cariño; puede ser que el padre cumpla, como se dice, con el deber, que lleve lo necesario, pero no da afecto y' cuando ese niño después recuerde a su padre tendrá que decir con pena: "Nunca tuvo una caricia para mí, nunca una muestra de amor, nunca me abrazó, únicamente escuché de él palabras duras: haz esto, no hagas aquello, no molestes, vete, déjame tranquilo...". Peor aún si ese padre es un borracho, viene entonces la tragedia, el mal trato a la madre que impacta al niño y el mal trato al niño. No nos extrañemos, pues, de' que haya tanta cosa dolorosa, lo raro es que no haya más.

Estamos frente a una humanidad enferma porque no ha recibido amor, porque le ha faltado mucho cariño y esto en los primeros años de la vida, que son los decisivos para todo hombre. Todo el amor que falte en los primeros años estallará después en odio. Odio es lo que queda en nosotros cuantas veces no recibimos el amor que necesitamos y que esperamos. Los primeros años de nuestra existencia influyen definitivamente en toda nuestra vida. Si hemos acumulado odio en esa época, estallará más tarde. ¿Cuándo? No lo sabemos, pero estallará. Tal vez nos enfermaremos corporalmente o tendremos una conducta enferma, una conducta enferma que es peor todavía que un organismo enfermo.

Y si seguimos con la vida de la persona, encontraremos cómo después en la escuela vamos a tener el rechazo muchas veces con determinado profesor, con determinados compañeros, y el problema crecerá. Crecerá después en el Seminario, en el Noviciado, en la vida de trabajo. El rechazo que hemos ido recibiendo de talo cual persona se irá acumulando en nosotros como odio. Pero esta visión sería tremenda y es la que nos presentan los psicólogos, si no tuviésemos ilusión, si no contásemos con el amor infinito del Señor.

Cuando Jesús nació en Belén, encontró un mundo dominado por la violencia, el resentimiento, la guerra y la esclavitud. Por eso, vino a ofrecerles su paz. Esta palabra bendita fue el canto de los ángeles en esa noche maravillosa: "¡Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!" A lo largo de su ministerio, el Salvador prodigó este regalo de su paz y sanó muchos corazones heridos por el odio.

Un caso maravilloso es la sanación del odio racial que Jesús efectúa en el corazón de la Samaritana. En su tiempo, como ahora, existía el odio racial. Los judíos y los samaritanos no se trataban, nos dice S. Juan en su Evangelio. Este odio racial impedirá que la Samaritana obsequie a Jesús el poco de agua que le pide: " ¿ Cómo tú siendo judío me pides de beber a mí que soy samaritana?" Pero Jesús no odiaba a los samaritanos, los amaba como amaba a sus hermanos los judíos. Por eso, no reacciona con agresividad ni dureza contra esta mujer despectiva, al contrario, ofrece el agua del Espíritu a quien le niega la del pozo. Jesús le respondió: "¡Si conocieras el DON de Dios y quién es el que te dice 'dame de beber', tú le habrías pedido a Él y Él te habría dado agua viva!". Jesús puede decir esto porque interiormente estaba sano. A lo largo de un diálogo lleno de amor divino, Jesús va sanando el odio de esta mujer, que termina dejando su cántaro a los pies de Jesús, mientras corre hasta la ciudad' y dice a la gente: "Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho". Y habló con tanto entusiasmo de Jesús que muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer. Le rogaron que se quedara con ellos y se quedó allí dos días y fueron muchos los que creyeron por sus palabras. Todo esto porque el amor de Cristo sanó el odio racial de aquella mujer y de sus compatriotas.

La sanación del odio que separaba a dos pueblos y que solo pudo ser efectuada por Jesús, está sintetizada admirablemente por S. Pablo en su carta a los Efesios; con estas palabras:

"Pues Cristo es nuestra paz que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos... haciendo la paz y reconciliar con Dios en un solo Cuerpo por medio de la cruz, dando en Sí mismo muerte a la enemistad.
Vino a anunciar la paz. Paz a vosotros que estabais lejos y paz a vosotros los que estaban cerca, pues por Él unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu".

El mundo actual está destrozado por odios personales, nacionales y raciales y este odio ha llegado hasta el deporte y las manifestaciones de la cultura. Todos los esfuerzos de las Naciones Unidas y las Conferencias de paz han sido inútiles y lo serán mientras no las anime el Espíritu del Señor. Solamente Jesús es capaz de derribar los muros que separan a los pueblos y de dar muerte alodio con su infinita paz.

Otro caso conmovedor es el de la sanación del corazón destrozado de PEDRO. Si hubo un corazón herido por el dolor fue el de Pedro después de su triple negación de Cristo durante la Pasión. Pedro amaba a Jesús sinceramente. No era un farsante cuando dijo: "Aunque todos se escandalicen de Ti, yo jamás me escandalizaría". Ni cuando añadió: "Aunque tenga que morir contigo no te negaré". Horas después y frente a unas siervas dijo repetidas veces: "No conozco a ese hombre". Empezó él a maldecir y a jurar: "No conozco a ese hombre", pero afortunadamente estaba frente a Jesús que no se arrepiente de amamos y que es la bondad infinita. Él estaba listo a perdonar a su apóstol infiel y, más aún, a sanarlo interiormente. "Vuelto el Señor, miró a Pedro y Pedro se acordó de las palabras del Señor cuando le dijo: "Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces., y saliendo fuera lloró amargamente. Es lo que nos dice S. Lucas en su Evangelio.

Sanación interior de José, en el A.T.:
"... Al terminar este llanto, José dice a sus hermanos: "Yo soy José, ¿vive aún mi padre?" Sus hermanos no podían contestarle porque se habían quedado atónitos ante él. José dijo a sus hermanos: "Vamos!, acercaos a mí!" Se acercaron y él continuó: "Yo soy vuestro hermano José a quien vendisteis a los egipcios. Ahora bien, no os dé enojo el haberme vendido acá, pues para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros, porque con este van ya dos años de hambre sobre la tierra y aún quedan cinco años en que no habrá arada ni siega. Dios me ha enviado delante de vosotros para que podáis sobrevivir en la tierra y para salvaros la vida mediante una feliz liberación. O sea, que no fuisteis vosotros los que me enviasteis acá sino Dios, y Él me ha convertido en padre del Faraón, en dueño de toda su casa y amo de todo Egipto. Subid deprisa donde mi padre y decidle: "Así dice tu hijo José: Dios me ha hecho dueño de todo Egipto, baja a mí sin demora. Vivirás en el país y estarás cerca de mí tú y tus hijos y nietos, tus ovejas y vacadas y todo cuanto tienes. Yo te sustentaré allí, pues todavía faltan cinco años de hambre, no sea que quedéis en la miseria tú y tu casa y todo lo tuyo". Con vuestros propios ojos estáis viendo y también mi hermano Benjamín con los suyos, que es mi boca la que os habla. Notificad, pues, a mi padre toda mi autoridad en Egipto y todo lo que habéis visto, y enseguida bajad a mi padre acá. (la escena termina de una forma conmovedora). Y echándose al cuello de su hermano Benjamín lloró. También Benjamín lloraba sobre el cuello de José. luego besó a todos sus hermanos, llorando sobre ellos, después de lo cual sus hermanos estuvieron conversando con él."

Encontraremos en la vida real nuestra un caso de sanación interior tan perfecto y admirable como este que nos ha descrito el sagrado libro del Génesis, si creemos firmemente en las palabras que escribe S. Pablo a los Hebreos: "JESUCRISTO ES El MISMO AYER, HOY Y POR LOS SIGLOS", nos acercaremos con fe y con confianza a Jesús y Él sanará también ahora, como sanó por ejemplo a la Samaritana, el odio que haya acumulado en nosotros.

Podemos emplear un método muy sencillo para conseguir esta curación interior. Recorrer nuestra vida con Cristo, detenemos delante de cada recuerdo doloroso y pedirle con humildad y con confianza que lo sane. En este recorrido iremos descubriendo el amor que nos faltó en un momento o en otro. Con fe en la presencia de Jesús que recorre con nosotros nuestra existencia, nos detendremos para decirle: "Tú, Señor, que eres el Amor, Tú que estabas presente cuando recibí esta ofensa, cúrala en este momento. Derrama sobre esta herida el bálsamo de tu consuelo. Dame, Señor, el abrazo que se me negó entonces, prodígame la caricia que no me dieron en aquel momento, dime la palabra bondadosa que no escuché, sana la herida que me causó aquella frase dura, aquella actitud violenta. Sáname, Señor, te lo pido". Si hacemos esto con fe, el Señor derramará el óleo de su paz, de su amor, de su perdón, sobre cada una de esas heridas. A una herida seguirá otra, a una sanación seguirá otra, puesto que es un proceso el que va realizando el Señor.

Una manera muy fácil de comprobar si se da sanación o no es esta: si al recordar después lo que antes nos causaba odio. dolor. angustia. lo hacemos ahora con paz y aún con alegría. En este caso. la sanación habrá sido total.

Las horas que dediquemos a recorrer nuestra vida con Jesús para detenernos delante de cada recuerdo doloroso y pedirle que lo sane con su amor y con su paz, serán quizá las más útiles. Progresivamente, se irá cumpliendo este PROCESO de sanación interior y comprobaremos (y tal vez lo otros comprobarán. también) cómo nuestro corazón enfermo va siendo cambiado por un corazón sano, cómo empiezan a desaparecer las manifestaciones de nuestra enfermedad anterior, cómo van siendo reemplazadas por actitudes cristianas, cómo al odio sucede la paz, cómo a la agresividad sigue la mansedumbre, en una palabra, cómo la acción del Señor que es Amor se va manifestando en nuestras vidas.

En un día de Retiro espiritual, en un día de silencio en el campo; aún en horas de la noche, podemos dedicamos a hacer este. recorrido con Jesús y recibir de Él la curación que quiere hacer de nuestros corazones rotos, de nuestros corazones atribulados. Es el Señor y, por lo mismo, es el Amor.

Ruth Carter ha escrito un libro muy interesante sobre sanación interior y en él insiste en la importancia que tiene para el logro de esta sanación interior emplear la imaginación, visualizar la persona de Cristo que actúa en cada uno de estos momentos, para sanamos interiormente. La imaginación ha sido des prestigiada entre nosotros. Puede hacemos mal, claro está, pero puede también producir grandes beneficios. Es parte de nuestra persona, tiene una misión muy importante y debemos utilizarla. Con una imaginación bien encauzada encontramos la manera de trabajar positivamente en nuestra sanación interior. Si cambiamos la escena dolorosa que nos causó un trauma por otra positiva en la cual Jesús se presenta como el Amor, como el Padre bondadosísimo, como el Amigo lleno de fidelidad, veremos cómo se modifica también nuestra situación interior. Esta imaginación interior puede avivar nuestra fe, puede animar también nuestra confianza, puede facilitar nuestro acercamiento al Señor. Nuestra enfermedad interior es el resultado de un largo proceso y, por lo mismo, la sanación interior no es obra de un momento, sino el resultado de un largo proceso. Empleemos este método de sanación interior y veremos muy pronto sus magníficos resultados.

Pero también podemos acudir al ministerio de sanación interior. El Concilio nos ha recordado cómo Jesús realiza su salvación EN la Iglesia y POR la Iglesia. La mayor parte de la salvación se nos comunica por medio de otras personas que sirven como ministros del Señor en un momento determinado. Por ejemplo, EL PERDÓN DE LOS PECADOS, ordinariamente lo recibimos por el ministerio del sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación. La sanación física se consigue muchas veces por el ministerio de una persona 'que ora con fe por nosotros. Lo mismo podemos decir de la sanación interior.

El Señor está multiplicando en estos momentos el carisma de sanación interior. En muchas partes se han formado equipos de personas que están orando por sanación interior con un fruto y resultado magníficos. Pero, claro está, .el medio mejor para conseguir este ministerio de sanación interior es en el Sacramento .de la Reconciliación. Muchos sacerdotes están trabajando en esta línea y están obteniendo resultados verdaderamente admirables.

El P. Miguel Scanlan, el autor de “Sanación interior" ha escrito un importante folleto sobre este tema. Creo que la Renovación que quiere la Iglesia en este punto tan importante, el del Sacramento de la Reconciliación, será una plena realidad cuando los sacerdotes nos convenzamos de la riqueza de sanación interior y dediquemos buena parte a orar con las personas por la sanación de las raíces del pecado y la curación de las secuelas que él haya dejado en sus vidas.

Quiero referirme a algunos casos que nos demuestran la realidad de la sanación interior. Un día me pidió un sacerdote que orara por él, se hallaba en la Renovación y estaba descubriendo con admiración creciente el poder de sanación interior que hay en Jesús. "Me siento muy cambiado", me dijo. "Estoy mucho mejor en mi interior que antes, pero sé que aún necesito mucha sanación interior". "Y ¿qué es lo que más te preocupa en este momento?", le pregunté. "Tengo la impresión de que soy poco aceptado, creo que mis superiores no me quieren ni tampoco mis feligreses. Me da la sensación de que me toleran, pero no me siento amado. En el fondo me siento rechazado. Esta situación me ha mantenido en una dolorosa soledad espiritual. Por fortuna la experiencia que he tenido del amor de Jesús me ha dado nuevos bríos, su presencia amorosa me está sanando, pero sé que necesito ayuda y por eso he venido para que oremos, a fin de que el Espíritu del Señor sane las zonas profundas de los rechazos que "recibí al comienzo de mi vida, pues tengo el presentimiento de que algo no estuvo bien y que esa falta de aceptación plena ha repercutido en mi situación posterior".

Oramos un rato para pedir al Divino Espíritu que guiara nuestra oración de sanación y pusiera en nuestros labios lo que debiéramos decir. Al terminar, le manifesté: "Creo que debemos que concretarnos ahora en pedir la sanación de la falta de aceptación que tuviste varias veces desde tu concepción hasta tu nacimiento. Han venido a mi memoria las palabras del Salmo 50: "en pecado me concibió mi madre". No es que el acto de nuestra concepción haya sido pecaminoso, sino que el pecado de nuestros padres y de nuestros antepasados dejó quizá tales huellas en nuestros padres que les impidió engendrarnos y concebirnos con perfección de amor, y en cambio quizá lo hicieron con sentimientos de egoísmo, de miedo o de rechazo materno, que constituyeron ya nuestro primer trauma. Entonces, pidámosle a Jesús que, Él que estuvo presente en ese instante, ponga los sentimientos y las actitudes y los afectos y el amor debidos, para que ese acto definitivo sea el comienzo feliz de nuestra existencia. "Quita de nuestros padres, en ese instante de nuestra concepción, todo sentimiento de angustia, de violencia, de miedo, de egoísmo, y lIénalos de tu amor. Sana, Señor Jesús, el momento y el acto de nuestra concepción, que tanto mi padre como mi madre deseen con amor muy grande mi concepción, que la anhelen, Señor. Gracias porque sé que nos oyes". Guardamos silencio un rato, repitiendo esta súplica, en la seguridad de que el Señor la oía y la acogía. "¿Tú eres el primogénito?", le pregunté. "Sí", respondió. "¿Tu madre ha sido tranquila o nerviosa?". "Muy nerviosa y ofuscada", contestó. Oremos, entonces, para que el Señor sane los rechazos que pudiste recibir de su parte durante los meses del embarazo. Recuerdo ahora las profundas palabras del Salmo 70: "En el vientre materno ya me apoyaba en Ti, en el seno Tú me sostenías. Desde el vientre de mi madre Tú eres mi Dios".

Y entonces, oramos así: "Señor Jesús, no sé si mi madre sintió miedo en lugar de alegría cuando comprobó que me había concebido. Tal vez estaba sola y se sintió asustada al pensar en lo que le esperaba. Acércate a ella en ese momento tan importante y quita de su mente toda idea sombría y llénala de alegría al saber que va a ser madre. Haz que sienta el deseo de ver a mi padre pronto para darle la buena noticia, llénala de felicidad y que esa alegría se transmita a mi mente y le sane del trauma que recibí cuando fui rechazado, sin que mi madre tuviese la culpa, pero debido a sus nervios."

Y después de un rato de silencio, durante el cual contemplamos a Jesús realizando esa sanación en nuestra madre y en nosotros, continuamos así: "Señor, quizá en los meses posteriores de mi gestación, mi madre sintió pesar de llevarme en su seno porque se sintió enferma, porque mi padre la dejó sola por estar con amigos o por su trabajo. Fueron momentos de rechazo para mí, que repercutieron ya en mi mente y me traumatizaron profundamente. Señor, hazte presente en cada uno de esos momentos y cambia los pensamientos y los sentimientos negativos de mi madre, por otros positivos y alegras. Veo, Señor, cómo le das paz en ese momento y haces que se sienta feliz al saber que crezco en ella y que pronto será madre. Gracias, Señor, por la felicidad que le comunicas y que yo experimento. ¡Qué bueno eres, Señor! ¡Bendito seas, Señor!

Después de esto, nuestro silencio fue más largo, mientras veíamos a Jesús efectuar esa serie de sanaciones, a la vez que experimentábamos una gran- paz interior que iba disipando y sanando ideas y traumas de rechazo. Saboreamos de nuevo las palabras del Salmo: "En el vientre materno ya me apoyaba en Ti". "Siento también, dijo mi hermano .sacerdote, siento que se me quita un peso. Estoy ahora más seguro". Tenía la seguridad de que Jesús lo amaba desde el seno de su madre.

Le dije: "¿Por qué no oramos por la sanación de los posibles traumas recibidos durante el nacimiento? Fuiste el primer hijo y no sabemos cuán difícil haya sido tu alumbramiento y las angustias de tu madre en las horas previas y durante él. "Señor Jesús, Tú estabas allí en ese momento, derrama paz sobre mi madre en el instante de darme a luz. Sana lo que me haya traumatizado entonces. Recuerdo ahora las palabras del Salmo como escritas para mí: "En verdad, Tú eres el que me sacaste del vientre, el que me inspirabas confianza desde los pechos de mi madre. Desde el útero fui entregado a Ti".

Terminada la oración, me comentó mi amigo: "¡Cuántas personas estarán traumatizadas desde su concepción sin saberlo y sin recibir esta gracia de sanación! Son muchos los que son concebidos sin amor, sin ser deseados, y aún como fruto ge la brutalidad o de la violencia. ¡Pobres vidas! ¡A cuántos les quieren hacer abortar, a cuántos les llegan los malos tratos y los golpes que reciben sus madres cuando están embarazadas! Me explico ahora por qué hay tantos que tienen un complejo profundo de rechazo. Creen que nadie les acepta, que todos lo rechazan".

Días después, vino a visitarme este sacerdote y me dijo: "Me siento mucho mejor después de la oración que hicimos hace una semana. ¿Por qué no continuamos orando en esta dirección?". "Con mucho gusto", le dije. "Jesús está aquí con nosotros y es nuestro Salvador total, el Médico de las almas y de los cuerpos, como le llama la Iglesia en su liturgia".

Conocí en Bogotá a un profesional muy distinguido, dueño de una gran cultura y de mucho dinero. Todo lo que le rodeaba anunciaba felicidad, una esposa buena y delicada llena de amor, unos hijos que sobresalen por su dinamismo y capacidades, una salud corporal excelente para sus 38 años y un porvenir muy prometedor. Pero era un hombre angustiado, dominado por el miedo, y varias veces se ha sentido profundamente deprimido. ¿Qué le pasa? El especialista le ha dicho que no encuentra la causa. Ha buscado alivio en la medicina ven la oración, cree mucho en ella y además da a los pobres de acuerdo con sus posibilidades. Un día me buscó y me dijo: "Vengo porque no encuentro solución humana. Vengo para que oremos por mi sanación interior". Nos unimos en oración para pedir al Espíritu Santo su luz en este momento. Cuando la terminamos, le dije que habláramos un poco acerca de sus relaciones con sus padres. Poco a poco empezó a descubrir su posición frente al padre, posición que había sido de gran respeto y de gran temor porque había sido una persona muy inteligente, muy fuerte y exigente. Siempre le tocó trabajar con él y esto dejó una huella más profunda de lo que pudo imaginarse. ."¿Cuándo tuvo usted su primera depresión que le obligó a ir a la Clínica?", le pregunté. "Después de la muerte de mi 'padre. Antes de morir me encargó el cuidado de la hacienda, me recomendó también que ayudara a mis hermanos y a todos mis parientes. Aún ahora me siento angustiado cuando conozco los problemas que tienen algunos de ellos”. Durante largo rato fue enumerando hechos que mostraban cada vez más claramente cómo su vida había quedado ligada, cada vez más estrechamente, a la persona autoritaria y exigente de su padre, del cual se creía aún ahora el delegatario y el reemplazo. Le dije: "Lo que tiene enfermo es la serie de cuerdas que lo ataron a su padre y que sólo pueden ser cortadas por Jesús, para que usted se sienta libre con la libertad que da el Espíritu del Señor. Vamos a pedir esta liberación". Y fuimos rogando al Señor presente en nosotros que cortase una tras otra todas estas cuerdas, los recuerdos más dolorosos en ese campo de la opresión y deteniéndonos con Jesús para que fuese cortando cada una de esas ligaduras.

Después de dos horas de oración, exclamó este profesional: "Gracias, Señor, por la paz que experimento. Gracias porque veo el camino, gracias porque ahora empiezo a sentirme libre, gracias porque te veo en lugar de mi padre a quien he podido amar hoy. Antes de despedirme, le dije: "El Señor lo ha liberado, usted ahora se siente más cerca de Él. Y lo liberará más con respecto a su padre y a quienes hayan ocupado un papel parecido como gobierno, oficina de impuestos, etc.". Gloria al Señor.

Toda persona que se siente atada, instintivamente busca liberarse y hace toda clase de esfuerzos para conseguirlo. Mientras forcejea se vuelve agresiva y si no consigue esta liberación, entra en un estado de aflicción que puede convertirse en depresión. Por eso, la necesidad que tenemos de que el Señor corte las ligaduras emocionales que nos mantienen exageradamente atados a determinadas personas, sólo Él puede hacerlo. Pero no hay que olvidar que la sanación interior es un proceso y no un momento. Por eso, este ejercicio de cortar lazos emocionales tiene que repetirse hasta que la liberación sea total, entonces descubriremos la riqueza de estas palabras santas: "Donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad".

Muy claro es también este caso de sanación interior de una religiosa. En mis encuentros con las almas consagradas he comprobado cómo muchas veces sus problemas y dificultades en la vida de oración obedecen a falta de sanación interior y no a pruebas del Señor o a otras causas, como ellas o sus directores espirituales opinan.

Una religiosa muy observante y generosa me planteó varias veces su dificultad para encontrarse feliz con el Señor en la oración. Buscamos varias causas posibles como: apego a algo, deficiencia en la salud, ambiente poco propicio, falta de generosidad... y vimos que ninguna de ellas existía. Varias veces llegamos a la conclusión de una prueba del Señor que era preciso sobrellevar con paciencia hasta que llegase la hora de su manifestación. Pero un día, al hablar con ella, sentí la necesidad de indagar por su niñez para ver si aparecía alguna causa que explicase, al menos en parte, esta situación: cómo fueron sus relaciones con sus padres, le pregunté. Pedimos luces al Señor y pronto me dijo: "Desde niña me di cuenta del proceder de mi padre en mi hogar, de su frialdad para conmigo y esta realidad me ha herido mucho. Él fue generoso en la parte económica, pero no afectivamente." "¿Se da cuenta, le dije, de que en su corazón hay un rencor oculto que le ha impedido perdonar a su padre?". Calló y, después de reflexionar, me dijo: "Ahora lo comprendo". "Vamos a orar para que Jesús empiece a sanar todos los recuerdos dolorosos que usted conserva de su padre y le de un amor muy grande para perdonarlo, pero de corazón, para que usted de esa manera experimente amor hacia él. Vamos a orar para que el Señor empiece hoy un proceso de curación interior del resentimiento y para que este proceso continúe después". Así lo hicimos durante un rato y al terminar se sintió más tranquila y con más esperanza. Le recomendé que durante los días posteriores fuera pidiendo al Señor la curación de todos los recuerdos dolorosos que tuviera con su padre y la de los que guardase reprimidos. Meses más tarde recibí de ella una carta en la cual me decía lo siguiente: "Demos gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Demos gracias al Señor por las maravillas que se ha logrado en mi alma en estos meses. Creo firmemente que puedo y debo ser alma de Dios, es el Espíritu el que me guiará a la meta, mi pobreza es suma, pero ya no me espanta porque Cristo la ha asumido". Este caso puede orientamos para descubrir cómo muchas veces las dificultades para experimentar en la vida consagrada o en la oración la paternidad amorosísima de Dios obedece a un resentimiento profundo que hemos guardado inconscientemente, quizá, contra nuestros padres, contra los superiores, contra las personas que influyeron en nuestras vidas. Y todo lo que hagamos para superar dicha situación será inútil mientras no consigamos del Señor la paz interior y un gran amor que nos permita perdonar y amar cordialmente a quien rechazamos porque nos rechazó.

Es aquí donde adquiere un nuevo valor para nosotros las palabras del Señor: "Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda allí delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, luego vuelve y presentas tu ofrenda". Estas palabras del Señor nos muestran la necesidad que tenemos de perdonar para ser sanados. El odio enferma y el perdón cura. Esta es la gran verdad que todos debemos tener presente en nuestra conducta. Solamente en la medida en que perdonemos de corazón, esto es, en la medida en que lleguemos a amar a quien nos ha ofendido, sanarán nuestras heridas íntimas. Pero esto no es posible sin la acción del Espíritu del Señor en nosotros. Sólo Él puede capacitamos para realizar el anhelo de S. Francisco de Asís, que “donde haya odio ponga yo amor".

Lo primero que se requiere para esto es que descubramos todo el odio que hay acumulado en nosotros a lo largo de nuestra vida, que sepamos en realidad a quién odiamos y en qué grado, y esto no es fácil porque muchas veces creemos que amamos a las personas porque vivimos con ellas, las respetamos, les prestamos servicios, oramos por sus intenciones y, sin embargo, guardamos resentimientos muy profundos porque nos han rechazado muchas veces. Dediquemos el tiempo que sea necesario para clasificar y' determinar las personas contra las cuales tenemos resentimientos.

Empecemos por NUESTRO SEÑOR. Estamos resentidos con Él porque creemos que no nos ama como a los demás, porque ha permitido talo cual pena, porque no ha atendido aparentemente la súplica que le hemos hecho por talo cual intención..., por eso vemos tantas actitudes negativas en el campo de la fe y de la oración y por eso también oímos a veces en los cristianos ciertas expresiones contra Dios que son verdaderas blasfemias. Encontramos este resentimiento particularmente en personas que han perdido un ser querido en circunstancias muy dolorosas, en quienes padecen una enfermedad larga y dura, en quien sufre por una calumnia grave o por un trato muy injusto, en quienes padecen los rigores de la pobreza, de la incomprensión o del abandono.

Cada día descubro en mi ministerio la necesidad que tienen muchas personas de reconciliarse con el Señor, por quien experimentan un profundo resentimiento.